A Imsouane se llega descendiendo desde lo más alto de unos acantilados a través de calles polvorientas y serpenteantes. Al llegar, apenas algunas casas y algunas -pocas- tiendas de surf. En los escasos restaurantes humea el pescado recién traido del puerto, a pocos metros del pueblo. En él, las embarcaciones, de un azul más claro que el mar todavía, y algún que otro pescador que vuelve de trabajar. O que celebra, como en la foto, una mañana productiva.
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