domingo, 25 de julio de 2010

Tiznit

Pequeña ciudad al sur de Agadir conocida por sus alcaicerías de plata, joyería tras joyería e hilera tras hilera de joyas relucientes. Como es época de bodas, en los estrechos pasillos se chocan los novios o las novias, los familiares o los amigos que buscan algún regalo para la ocasión. Sin embargo, afuera de la alcaicería es la tranquilidad la que reina en la ciudad, como se ve en esta pequeña tienda.  

En el medio de la nada

A lo lejos, la nada. En la cercanía, la nada. Kilómetro tras kilómetro de la nada, interrumpida tan sólo por algún que otro control de los gendarmes. Pasaportes fuera, aquí no pasa nada, control rutinario. Y a la carretera de nuevo. Justo a la mitad: a 1200 km de Tánger y a 1200 km de Lagouira, la última ciudad de Marruecos antes de entrar a Mauritania.

Suerte Loca

Hotel Suerte Loca, abierto en  Sidi Ifni en 1936. Suerte loca la del soldado enviado tan lejos de la patria, suerte loca del soldado que escapa a la guerra fraticida que anega su tierra .Suerte loca, en fin, de abrir un hotelito al lado del mar y que perdure hasta día de hoy. Suerte loca la de poder jugar al futbolín o al billar en él, o la de poder comerse un plato de pulpo a la plancha. 

Sidi Ifni I


Antigua colonia española, devuelta a Marruecos tan sólo en 1964. Una laguna de acento español en medio de la nada. Barcos pesqueros, restaurantes cerrados, puertas azules. Alguna abuela cruzando la calle que parece sacada de cualquier pueblo manchego. Alguna que otra frase española oída al azar. Y la prohibición de festejar la victoria de España en el Mundial. Aunque nadie sabe lo que pasó tras las puertas azules. 

miércoles, 21 de julio de 2010

Bajando a la ciudad

 

Por la mañana, temprano, después de la oración, el lento descenso de cada día. No son los mismos, ya, estos pies que tanto andaron y desandaron. Ruido de cigarras y bajo los pies, la tierra seca, caliente. Cuando llegue al mercado, una silla, cualquier silla. Y un vaso de té, quizás. Inchaallah, no habrá que bajar mañana.

lunes, 19 de julio de 2010

Puerto de Imsouane

 

Calor, mucho calor. Es mediodía y en Imsouane el tiempo se ha parado, apenas un balanceo imperceptible como el de los barcos fondeados a lo lejos. En tierra, los pescadores fuman, alguna que otra palabra de vez en cuando para comentar algo con voz queda. La eterna espera del tiempo. Uno duda si interrumpirles pero, al final, el hambre manda. El olor a pescado a la parrilla inunda el puerto y el calor de mediodía se hace, al fin, un poco más soportable.

Puerto de Essaouira

 

Las gaviotas no cesan de revolotear ni de día ni de noche en Essaouira. Si bien la mayoría de los barcos salen a faenar de noche, algunos de ellos vuelven precisamente a esa hora y es posible pasear bajo alguna que otra farola titilante mientras se observa a los pescadores descargar la pesca del día. Al otro lado del puerto, las embarcaciones más pequeñas descansan, inmunes a todo el ajetreo. 


Carretera

 

Desde el coche, horas de caminos polvorientos y gendarmes apostados a ambos lados de la carretera, atentos como animales hambrientos que acechan su presa. Del regateo depende, también, el precio del soborno. El paisaje apenas cambia: los olivos que aguardan, sigilosos, el paso de los años; casas, mezquitas y algún que otro sook (mercado). Y a veces, la sucesión perfecta de reflejos dorados.

Mercado, Agadir.

 

Ayer, en el mercado, mujeres de velos dispares se paseaban en busca de la última oferta mientras hombres de barbas pobladas y chilabas blancas ofrecían su mercancía al mejor postor. Los saludos, el regateo. En los puestos, dátiles, especias y dulces acechados por insectos diversos; de repente, la llamada a la oración y el profundo, sentido, reverberante, Allah Akbar (Allah es grande). 

Imsouane

 

A Imsouane se llega descendiendo desde lo más alto de unos acantilados a través de calles polvorientas y serpenteantes. Al llegar, apenas algunas casas y algunas -pocas- tiendas de surf. En los escasos restaurantes humea el pescado recién traido del puerto, a pocos metros del pueblo. En él, las embarcaciones, de un azul más claro que el mar todavía, y algún que otro pescador que vuelve de trabajar. O que celebra, como en la foto, una mañana productiva.